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AMULETOS Y TALISMANES, AMULETOS TRADICIONALES
Creer en el mal de ojo y la hechicería no es nada nuevo, como tampoco lo es tratar de neutralizarlo y protegerse contra ello. De ahí la existencia de numerosas creencias supersticiosas que otorgan a ciertos objetos o partes de animales la virtud de proteger contra algunas enfermedades en concreto o contra los alojamientos, a la vez que favorecen la fertilidad y ayudan en los partos.
Entre los objetos de mayor arraigo tradicional que se utilizan como amuletos destaca la higa, la herradura, los corazones y lunas de nácar o plata, los colmillos de lobo o jabalí, las garras de tejón, las astas de venado, piedras engarzadas de cuarzo, coral, ágatas y azabache, junto con algunas plantas tan significativas como la ruda, el romero y el laurel. También las figuras de animales como la rana, el pez, el escarabajo y el elefante tienen una carismática vinculación con las leyes de la suerte.
El Ankh o Cruz ansada de los egipcios

La cruz ansada, junto con el ojo de udjat y el escarabajo, compone la trilogía de amuletos más característicos del antiguo Egipto. Su imagen es similar a la cruz cristiana; únicamente varía la parte superior, que presenta una forma ovalada a modo de argolla o asa.
Los egipcios consideraban a esta cruz como el símbolo de la vida, y era uno de los principales atributos de la diosa Isis, que fue quien consiguió devolver la vida a su esposo y hermano Osiris. Aunque, en realidad, la mayoría de los dioses, en su calidad de inmortales, la llevaban.
Son muy numerosos los grabados y esculturas en los que aparece un dios o diosa con la cruz en la mano, acercándosela a la nariz de algún otro dios o protegido. Con este gesto el portador de la cruz insuflaba aliento de vida al otro, quien a su vez, lo recibía a través de las ventanas de su nariz.
La cruz ansada representa la vida en un amplio concepto. Es la vida con mayúscula, la que no acaba con la muerte, la que resurge y continúa. Por eso, se aplicaba a la frente de los faraones, para que su visión de la eternidad prevaleciera durante todo su mandato por encima de cualquier contratiempo.
Por tanto, como amuleto, favorece la longevidad y la sabiduría de quien ha vivido muchas vidas.
La cruz de Caravaca

El poder milagroso de esta cruz, tiene su origen en una leyenda que data del año 1232, cuando el rey moro Muley Albuceil obligó a oficiar misa a un sacerdote que tenía prisionero. Para ello, y movido por la curiosidad de descubrir qué misterio ocultaba el sacrificio de la misa, mandó traer prácticamente todo lo necesario para su celebración. El sacerdote no se opuso, pero cuando comenzó, le fue imposible articular palabra. Muley preguntó el motivo, y el sacerdote le contestó que no podía continuar porque faltaba la santa Cruz; en ese momento, dos ángeles bajaron del cielo con una cruz patriarcal de cuatro brazos.
Ante tal prodigio, el rey moro se convirtió al cristianismo, y la imagen de esta cruz patriarcal fue motivo de un fervor popular y una veneración tal, que pronto llegó a convertirse en símbolo de auténtico poder talismánico.
Como amuleto su virtud principal es la protección, ya que sintoniza con la providencia divina. La cruz, que suele ir acompañada de un librito de oraciones, protege del mal en un amplio sentido: peligros, adversidad, enfermedades o malas energías. Aunque también hay que tener en cuenta que su poder depende, en buena medida, de la fe que en ella deposite la persona que la lleva.
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